A las 6 de la tarde del 14 de noviembre de 1922, en el estudio londinense del italiano Guglielmo Marconi, se produjo la primera emisión radial de la BBC, una empresa creada un mes antes por un grupo de fabricantes de aparatos radiofónicos con la supervisión del Servicio de Correos.
En ese entonces, las tres letras significaban British Broadcasting Company (en 1927 tomaría su nombre definitivo, cambiando el Company por Corporation).
En estos 100 años la corporación de medios públicos británica ha sido escenario de miles de anécdotas, pero las historias que caracterizan sus primeros años son un reflejo de lo que, hace un siglo, era el mundo en el que nació la radio.
Una época donde la gente se informaba con diarios, el cine estaba en transición hacia su etapa sonora y el teatro aún era la expresión artística más glamorosa del mundo espectáculo.
Y también eran tiempos determinados por la Primera Guerra Mundial que había finalizado en 1918 y marcó para siempre a una generación. Esos jóvenes fueron los primeros fundadores de la BBC.
«Eran en su mayoría hombres, de entre 20 y 30 años, había uno o dos mayores de 40 pero en general era una generación que había llegado a la adultez durante la guerra, algunos habían sido incluso adolescentes combatiendo como Cecil Lewis, que fue una de las personas más importantes de la BBC, con 24 años», le contó David Hendy a BBC Mundo.
Este estudioso de los medios y antiguo periodista de la BBC acaba de publicar el libro «La BBC: una historia de su gente», en donde recuerda que el conflicto internacional había interrumpido la vida normal de muchos de aquellos jóvenes que no recibieron ninguna instrucción o educación en nada más que no fuera combatir.
«En su desorientación profesional de posguerra probaron un poco de todo -desde ingeniería a periodismo, desde viajar a actuar- y la radio -de la que no sabían casi nada- terminó siendo su trabajo ideal», dice Hendy.
John Reith, el ingeniero escocés de 33 años que a fines de 1922 fue nombrado director general de la BBC, admitió años más tarde que de radiodifusión no tenían «ni la más remota idea».
Veteranos con cicatrices a cargo de un «tigre»
Reith había recibido un disparo de bala en la cara en Francia, gentileza de un francotirador, en 1915, y debido a la gravedad de la herida fue evacuado a Londres inmediatamente. Lewis tenía una herida de guerra en su hombro de cuando piloteaba aviones sobre el frente francés y fue alcanzado por una metralla alemana en 1917.
Quizás, el caso más extremo era Dereck McCulloch, quien tenía un ojo menos y dolor en las extremidades tras recibir un disparo de gracia en ese territorio entre trincheras considerado tierra de nadie.
Pero no todas la heridas eran visibles.
Otro piloto como Lewis, Lance Sieveking, estuvo recluido en un campo de prisión alemán, había sido diagnosticado con neurastenia (el primer edificio que perteneció a la BBC, ubicado en la calle Savoy Hill Número 2, fue el mismo edificio donde Sieveking había sido desmovilizado de la Real Fuerza Área años antes).
A su regreso del frente, John Reith había sido diagnosticado con «vértigo e insomnio, y depresión general del espíritu».
Eran épocas donde aún no existía el concepto de estrés postraumático. Lionel Fielden, otro de los primeros productores de la BBC, era veterano del frente de Gallipoli donde había sufrido -en sus propias palabras- «un estiramiento elástico de los nervios».
Pero la condición de veteranos de guerra no era exclusiva de los hombres.
Hilda Matheson, quien en 1926 se hizo cargo del programa Talks (Conversaciones), había sido reclutada durante el conflicto como agente del recién creado servicio de inteligencia MI5 y enviada a Roma -debido a su manejo de varios idiomas- para crear una red británica de contraespionaje.
«Todos habían sido sufrido algún daño por la guerra, pero también había sido una experiencia muy excitante. Reith decía que había aprendido a ser un líder, Lewis había estado fascinado con pilotear un avión. Y también estaba la experiencia de la camaradería en combate, la importancia de confiar en tu colega con la vida, que se permeó en los primeros años de la BBC», dice Hendy.
Para ellos, ser pioneros de la era radiofónica les recordaba en cierta forma esa etapa peligrosa de sus vidas. Sieveking decía que entrar al estudio de radio era como volver a volar. Para Lewis era como montar una bestia…
«Nos sentíamos como si alguien nos hubiera dado un tigre y estuviéramos obligados a montar en este tigre por Picadilly… no sabíamos a dónde demonios iba y qué daño podría hacer el tigre», recuerda David Hendy que decía por aquellos años el expiloto.
Ese «tigre» reclamaba ser alimentado cada día y, para hacer más difícil todo, en vivo y en directo, porque aún no se había desarrollado la tecnología para grabar y editar audio.
«Había cierta intimidación frente al micrófono. Existía el temor de que alguien se volviera loco y dijera al aire algo inaceptable. Todavía estaba la sombra de la Revolución Rusa, el miedo a la amenaza roja. Pero también las ideas freudianas de que no teníamos una mente estable, de que éramos un poco irracionales. Y nadie sabía cuáles eran los posibles efectos sociales de la radio», añade Hendy.
El temor a equivocarse en vivo o generar reacciones negativas en la audiencia llevó a la BBC a renunciar a cualquier espontaneidad al aire y atenerse a textos guionados de antemano, lo que hizo que sus primeros programas fueran un poco acartonados.
Otra forma de evitar problemas fue dedicarse a transmitir música, obras de teatro y otras expresiones artísticas alejadas de cualquier controversia.
Pero transmitir música o lidiar con el mundo teatral no sería ni tan fácil ni tan inocente.
El piano en el estudio y Shakespeare en el pasillo
Hasta la llegada de la radio, lo único parecido que la humanidad había visto a un micrófono por aquellos años era un teléfono, y los primeros micrófonos en los estudios de Marconi en Londres no eran más que aparatos de teléfono colgados del techo o amarrados a un atril.
Y aunque gradualmente la tecnología mejoró, los micrófonos dejaban de funcionar por cosas tan simples como el aumento de la temperatura en el estudio de radio.
No hay que olvidar que todos los programas eran en vivo, entonces, cuando esto ocurría el oyente no escuchaba nada hasta que se cambiara el micrófono en cuestión.
Para evitar estos silencios, el operador corría a poner un rollo en la pianola (o piano mecánico) pero con el apuro y los nervios del momento a veces el rollo era el equivocado o se ponía de forma errada y la solución era peor que el problema.
Entonces, la salida fue tener un pianista preparado para, ante cualquier eventualidad en el estudio, evitar ese silencio con la interpretación de una melodía.
La primera pianista contratada en Savoy Hill fue Cecil Dixon, quien trabajó por más de 20 años en la BBC. Pero tal era la necesidad de evitar estos silencios que 10 pianistas más fueron contratados solo en Londres, y otras decenas de ellos en las estaciones regionales.
La precariedad de los micrófonos contribuía a que la calidad del sonido no fuera la mejor. Entonces, para mejorar la acústica y evitar ecos, se ponían cortinas muy pesadas en las ventanas.
El problema es que las cortinas aislaban tanto el estudio de los sonidos externos que, a veces, la persona que hablaba al micrófono no escuchaba su propia voz y se desorientaba (mucha gente, de por sí, le tenía miedo al micrófono: actores que podían sin problemas declamar largos textos ante decenas de personas en el teatro se perdían en la radio hablando ante un aparato extraño para una audiencia invisible).
Las cortinas, además, aumentaban el calor dentro del estudio y los ventiladores hacían tanto ruido que los operadores los apagaban antes de empezar a transmitir en vivo. En salas repletas de músicos y coristas, las temperaturas subían rápidamente.
El aislamiento excesivo y el calor insoportable hicieron que durante la primera temporada dedicada a transmitir por la radio las obras de Shakespeare, tanto Hamlet como As you like it fueran íntegramente interpretadas en los corredores afuera del estudio, donde la cercanía a las ventanas y las paredes enlucidas generaban mejor acústica.
A la BBC tampoco le iba mejor transmitiendo desde teatros o salas de música. A los problemas para desplegar los micrófonos en exteriores se sumó, al principio, la desconfianza de empresarios teatrales y de organizadores de conciertos que pensaban que la gente, ante la posibilidad de escuchar espectáculos desde la comodidad del hogar, dejaría de comprar entradas para verlos en persona.
La excepción fue la Compañía Nacional de Ópera que tras la transmisión de la obra de Mozart «La flauta mágica» en 1923 (la primera transmisión radial desde exteriores de la historia) comprobó que más gente compraba boletos, ratificando que la BBC estaba en lo correcto cuando decía que la radio creaba el deseo de ver y escuchar determinados contenidos donde ese deseo no había existido.
Pero no era lo mismo transmitir ópera para las clases altas que estaban acostumbradas a disfrutar de este género en los teatros, que a otras clases sociales que jamás habían escuchado una ópera en su vida. Ese era el desafío del broadcasting.
Maten al productor
La segunda «B» de la BBC es por broadcasting, una palabra que en español se traduce como radiodifusión. Pero el vocablo español pierde en la traducción la etimología del vocablo en inglés, formado por dos palabras distintas: broad (amplio) y cast (arrojar).
Originalmente, broadcast significaba arrojar semillas sobre una superficie amplia, pero cuando fue aplicada al mundo de la radio, se pensó en transmitir sonido para un público en general. Cualquiera que tuviera un receptor de radio «desde el palacio a la cabaña más humilde», como decía otro de los fundadores de la BBC y el primero en hablar al aire aquel 14 de noviembre de 1922, Arthur Burrows.
«Desde el inicio la BBC creó un departamento para recibir correspondencia de los oyentes y miles de cartas llegaban con las opiniones de la gente sobre los programas: cuáles eran aburridos, en cuáles se hablaba demasiado», recuerda Hendy y añade:
«Pero una organización que se había puesto como misión difundir lo mejor de la cultura y el pensamiento a la mayor cantidad de gente no podía darle solo lo que querían. Tenía que estar un poco por delante del gusto de la audiencia para hacerle conocer desde nuevas ideas hasta música que jamás escucharon. Pero si estaban muy adelante de ese gusto, entonces podían quedarse sin oyentes. Entonces existe esta tensión con la que ha convivido la BBC por 100 años».
Esta noción de pensar en un público de masas no era tan aceptada al comienzo del siglo XX. La escritora Virginia Woolf, una de las intelectuales inglesas más conocidas de aquellos años y parte integrante de la élite inglesa, ironizaba sobre este intento de la BBC de producir contenido para la mayor audiencia posible cambiando el significado de sus siglas.
Para la autora de Orlando, BBC significaba Betwixt and Between Company, es decir, la compañía de ni lo uno ni lo otro. A pesar de eso, ella aceptó en tres ocasiones hablar ante los micrófonos de la empresa, incluyendo una con su marido Leonard.
Pero Woolf no era la única intelectual que mantuvo una relación difícil con la BBC.
El dramaturgo Bernard Shaw, quien visitó la compañía por primera vez en 1924, tuvo una enérgica reacción cinco años después cuando se interpretó en los micrófonos su obra Captain Brassbound´s Conversion. Consultado por Hilda Matheson sobre su opinión de la producción radiofónica, respondió:
«Si el productor no ha sido fusilado aún, yo mismo pagaré por las balas».
El problema de Shaw con la BBC era más profundo que una cuestión de gustos interpretativos. Entre 1924 y 1929, Shaw se había quejado de que la BBC no lo dejaba hablar libremente al aire.
Esta censura se debía a que la compañía radiofónica no tenía permitido discutir en sus programas temas políticos, religiosos o económicos que implicaran cierta controversia y podía perder la licencia que le había otorgado el Servicio de Correos si lo hacía.
Esta prohibición, más implícita que explícita, se debía al temor del gobierno a que fueran difundidas por la radio «especulaciones» sobre temas controvertidos, así como a la presión de la prensa gráfica británica que había permitido el surgimiento de la BBC bajo ciertas condiciones para no perder a sus lectores.
Una de estas condiciones era la no transmisión de noticias antes de las 7 de la tarde para proteger la venta de periódicos tanto matutinos como vespertinos.
Esto cambió en mayo de 1926 cuando todo el país se paralizó.
El paro de los mineros y el ministro de Hacienda
El primero de mayo el Congreso de trabajadores británicos (TUC por sus siglas en inglés) llamó al paro general en solidaridad con los mineros, enfrentados con los dueños de las minas de carbón.
Diarios como el Daily Mail informaron que el TUC había transformado una disputa laboral en una revolución y el gobierno acusó a los sindicatos de haber llevado al país lo más cerca de la guerra civil que había estado en años.
Más de 1.750.000 de personas fueron a la huelga y esto afectó inevitablemente a la circulación de diarios, por lo que el Servicio de Correos permitió a la BBC sumar tres noticieros (a las 10 am, a la 1 pm y a las 4 pm) a los dos tradicionales de las 7 pm y las 9.30 pm.
Como dice David Hendy en su libro, «la repentina y extendida hambre de noticias actualizadas» convirtió a la radio en el principal medio de comunicación.
Bajo los términos de la licencia el gobierno podía obligar a la BBC a que comunicara determinados mensajes oficiales.
El primer ministro conservador Stanley Baldwin no mostró ninguna intención de ejercer este derecho, pero dentro de su gabinete había ministros que querían que el gobierno tomara el control de la BBC, entre ellos el ministro de Hacienda.
A medida de que el paro proseguía aumentó la presión de este ministro a favor de terminar la autonomía de la BBC para convertirlo en un órgano oficial.
Para evitar que el ala dura del gobierno tuviera éxito con sus planes, John Reith debió ceder a determinadas presiones que incluyeron, por ejemplo, que ni el líder de la oposición ni el arzobispo de Canterbury pudieran hablar al aire sobre la huelga.
Cuando el paro terminó, la BBC se había consolidado como medio de difusión de noticias y no había sido convertido en una radio gubernamental. Pero la constante negociación con la administración de Baldwin, las aceptación de ciertas condiciones y la presión del ministro de Hacienda mostraron que, en el futuro, la relación entre el medio público y Downing Street (la sede del gobierno británico) no sería fácil.
El 5 de marzo de 1928 el Servicio de Correos levantó el veto a la BBC y se pudieron tratar temas controvertidos al aire.
Pero aquel mayo de 1926 no fue la última vez que la BBC tuvo que lidiar con ese político que ocupaba el Ministerio de Hacienda. Muy pronto ocuparía roles aún más prominentes.
Su nombre era Winston Churchill.